Por el Reverendísimo Harry J. Flynn
Arzobispo emérito
Archidiócesis de Saint Paul y Minneapolis
Siguiendo el mandato y el ejemplo de Jesucristo, la Iglesia católica proclama que "por designio (de Dios) el hombre y la mujer están unidos, y la vida conyugal se establece como la única bendición no perdida por el pecado original ni arrastrada por el diluvio" (Bendición nupcial de la ceremonia matrimonial). (Bendición nupcial de la ceremonia matrimonial) La vida misma de Dios se manifiesta en el matrimonio, pues Él "ha hecho de la unión del hombre y la mujer un misterio tan santo que simboliza el matrimonio de Cristo y su Iglesia". Con un lenguaje tan poderoso, la Iglesia anuncia así la intención de Dios de que el matrimonio desempeñe un papel crucial en Su plan para la felicidad humana. Ha sido enseñanza firme y constante de la Iglesia Católica que la familia es el fundamento de toda sociedad humana y la institución insustituible para la educación y formación de los hijos.
Sin embargo, aunque nos regocijemos en la belleza y la dignidad del matrimonio, también debemos reconocer que vivimos en una sociedad en la que el matrimonio se malinterpreta e incluso se denigra. Los votos se rompen con frecuencia. Se ha rechazado el don de la vida. La cohabitación antes del matrimonio ha empañado la conexión intrínseca entre los votos matrimoniales y la unión sexual física, socavando así el carácter de la fidelidad conyugal y la virtud de la castidad. El divorcio ha causado un gran daño a las relaciones humanas y especialmente a la salud emocional y espiritual de los hijos, que con tanta frecuencia experimentan la dolorosa ausencia de uno de sus padres en sus vidas.
El propósito de esta carta pastoral no es discutir específicamente tales problemas y dificultades, aunque la Iglesia comprende las urgentes necesidades que se derivan de ellos y, afortunadamente, ya cuenta con una serie de programas que los abordan. Más bien, en esta carta, deseo centrarme en aquellos medios por los que nuestra Iglesia puede ofrecer un programa verdaderamente útil y católico de preparación al matrimonio. Tales programas deben preparar a hombres y mujeres para la vocación que Dios les ha dado, ayudándoles a reconocer su llamada a la santidad, a comprender la dignidad del sacramento que van a recibir y a asumir el compromiso necesario que permita que su matrimonio sea fiel y fructífero.
Desde el principio, Dios quiso que la unión de marido y mujer -caracterizada por la fidelidad mutua, el compromiso para toda la vida y la apertura a la transmisión de la vida- fuera el signo en la tierra de Su amor a Su pueblo. Este simbolismo nupcial impregna la Sagrada Escritura. El matrimonio del hombre y la mujer refleja la naturaleza misma del Dios trinitario, por cuyo amor el mundo fue creado y se mantiene. Cumplir las exigencias del matrimonio cristiano con gozosa fidelidad da testimonio de la bondad esencial de la creación divina e invita a participar en el plan creador de Dios. El matrimonio y la vida familiar no sólo son el fundamento de la sociedad humana, sino también uno de los medios más seguros para predicar el Evangelio y evangelizar el mundo. Así, los esposos, las esposas y sus hijos participan más plenamente en este misterio de salvación.
La preparación para un matrimonio sacramental fructífero comienza en los primeros años de la vida. Los niños experimentan a diario la relación entre sus padres; el amor, el cuidado y la consideración que los esposos muestran el uno por el otro; y el modo en que acogen y educan a los hijos. Estas experiencias dejan una impresión duradera en la conciencia de esos niños y afectan a sus actitudes hacia el matrimonio y la vida familiar. Poco a poco, a medida que los niños maduran, reciben una cuidadosa catequesis sobre la naturaleza del matrimonio, el misterio de la sexualidad humana, el valor inherente de la vida humana y la práctica de la virtud. El modo en que tanto Jesús como San Pablo hablan del matrimonio y del celibato en tándem sugiere que la virtud de la castidad es el contexto en el que mejor se entienden ambos estados de vida, pues es en la pureza de corazón donde veremos a Dios. Esta preparación general, orientada a la familia, florecerá en una atmósfera de fidelidad a la vida de Cristo y a sus mandamientos, en la que la oración y el sacrificio espiritual ocupan un lugar central.
Además de la preparación general para el matrimonio y la vida familiar que acabamos de describir, una pareja también necesita participar en una preparación intensa y muy personal durante los 12 meses inmediatamente anteriores a la celebración real del sacramento. Por tanto, pasamos ahora a considerar algunos elementos que constituyen el núcleo de una auténtica preparación al matrimonio católico. Muchos programas existentes de preparación al matrimonio instruyen a las parejas en las realidades de la planificación financiera, la comunicación interpersonal, las expectativas profesionales y otros aspectos sociológicos del matrimonio. Para poder llevar a cabo esta labor de la manera más eficaz, estos programas cuentan con la ayuda de matrimonios experimentados que ofrecen generosamente su tiempo y sabiduría para animar a los jóvenes que se preparan para el matrimonio. No cabe duda de que estos elementos constituyen una valiosa contribución a la preparación de una pareja para el matrimonio y deberían seguir incluyéndose. Sin embargo, es mucho más importante que la preparación haga especial hincapié en los elementos específicamente religiosos y sacramentales que implica la hermosa vocación del matrimonio.
Si las parejas entienden la naturaleza de un voto, tanto en su significado religioso como personal, y comprenden la naturaleza de los sacramentos enraizados en la muerte sacrificial y la resurrección de Jesucristo, abordarán más fácilmente el matrimonio como un compromiso de por vida al servicio del cónyuge, los hijos y la familia. Se trata de un compromiso que conlleva no pocos sacrificios, pero que también da plenitud.
Cada pareja debe darse cuenta claramente de la unidad fundamental del matrimonio y de la vida familiar y estar dispuesta a acoger a los hijos como el don supremo del matrimonio. En el matrimonio, la pareja es "ordenada" a la enseñanza y formación moral de los hijos. En el seno de la "Iglesia doméstica" de la familia, los esposos despiertan a sus hijos a la realidad de su dignidad humana y de su destino eterno. Qué importante es, por tanto, que la pareja que se prepara para el matrimonio posea un firme conocimiento de su fe y dé testimonio de su intención de practicar esa fe en su vida matrimonial y familiar. Esta preparación florecerá en una atmósfera alimentada por la celebración semanal de la muerte y resurrección de Jesucristo en la Eucaristía, y por la frecuente recepción del sacramento de la Penitencia, a través del cual las personas aprenden ese perdón que es tan vital para las relaciones humanas.
Un programa matrimonial no estaría completo si no promoviera la comprensión adecuada de la persona humana, hecha a imagen de Dios y llamada a la vida eterna. Es importante que las parejas que desean contraer matrimonio comprendan que realizan su vocación tanto de forma corporal como espiritual. La práctica de las virtudes, en particular de la castidad, constituye una condición necesaria para un matrimonio duradero y fiel. Es esencial un firme conocimiento de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad humana, así como la comprensión de que el matrimonio es el modo preeminente de vivir su vocación bautismal a la santidad. Cada programa matrimonial también debería introducir a las parejas en la Planificación Familiar Natural. La planificación familiar natural hace honor a la enseñanza católica sobre el vínculo indisoluble entre la vida y el amor, proporciona un medio para que los esposos lleguen a comprenderse más íntimamente y ofrece una salida a la mentalidad anticonceptiva que amenaza con corromper los matrimonios y todas las relaciones interpersonales.
Aunque no entra propiamente en el epígrafe de preparación l matrimonio, también deseo señalar brevemente la gran necesidad de ayuda postboda para las parejas jóvenes, especialmente durante los primeros años de matrimonio. Temas como el paso de la espiritualidad personal a la familiar, el arte de la comunicación, el desarrollo de una expresión sexual sana y casta, la preparación para la llegada de los hijos y una serie de ajustes prácticos a medida que "los dos se convierten en uno" son todos ellos de interés.
Las parejas recién casadas se enfrentan al reto de vivir un compromiso profundamente espiritual en medio de una atmósfera social y política en la que la vida humana se ve amenazada por el aborto, la violencia y un desprecio general por el valor inherente de la persona humana. Especialmente al comenzar su nueva vida juntos, estas parejas necesitan nuestro apoyo, nuestro aliento y nuestra ayuda.
Al concluir esta reflexión, también quiero ofrecer una palabra de aliento a los católicos que viven en un matrimonio difícil o están soportando la angustia de una relación matrimonial rota. Nuestro Señor no era ajeno al sufrimiento, ni estaba alejado de los que se encontraban en la confusión y el dolor. Quiero asegurar a todos los que tienen dificultades matrimoniales el deseo constante de la Iglesia de ofrecerles el consuelo de Cristo, de trabajar con ustedes para resolver sus dificultades y aliviar su angustia. Hay una serie de programas disponibles para ayudar a los que tienen problemas matrimoniales o a los que están separados y divorciados. Nunca deben sentirse separados de la comunidad de la Iglesia, aunque la carga emocional que lleven pueda ser pesada.
En esta carta pastoral, he compartido con vosotros algunas ideas clave destinadas a ayudar a los hombres y mujeres que entran en el matrimonio a hacerlo con conocimiento, compromiso, madurez, confianza y alegría. En tales matrimonios, los esposos responderán a su llamada a la santidad y cumplirán su vocación bautismal de transformar el mundo según el modelo de Cristo. En tales matrimonios, prevalecerá una cultura de la vida, en la que los niños sean acogidos con generosidad y se les proporcione un entorno en el que puedan crecer en el conocimiento y el amor de Dios. A través de tales matrimonios, todos seremos bendecidos, ya que proporcionarán un signo claro y resplandeciente del amor y la fidelidad de Jesucristo por su pueblo.